Aclaratoria dirigida al Sr. D. José Amador de los Rios

Antonio de Trueba

Antonio de Trueba. Aclaratoria dirigida al Sr. D. José Amador de los Rios. Revista de España 9/1871, Tomo nº 22

Páginas 396 y 397

Muy señor mio, leo según van apareciendo, los estudios arqueológicos relativos á estas Provincias Vascongadas que Vd. Está dando á luz en la REVISTA DE ESPAÑA, y los leo con el gusto y el respeto que merecen la ciencia y el que la profesa tan dignamente como Vd. La lectura del artículo que ha aparecido en el último número de la REVISTA me mueve a hacer á Vd. Pública y tímidamente algunas observaciones que ruego á Vd. Y al Sr. Director de la REVISTA DE ESPAÑA me permitan. El caudal de honra literaria, pequeño ó grande, tiene más de un punto de analogía con el caudal pecuniario: como sucede con éste, el que más pequeño le posee es el que más necesidad tiene de defenderle y conservarle. Téngole yo pequeñísimo, y quizá á esta circunstancia se deba el que hoy escriba esta carta.

Los siguientes renglones que copio de un opúsculo en que he ensayado una monografía del santunario de Arrechinaga, y que he escrito é impreso, por circunstancias particulares, con una precipitación que no debe haber en esta clase de trabajos, no son una vana fórmula retórica, sino la expresión sincera del respeto que Vd. Me merece:

“Tengo que decir que mi desautarizada opinión disiente por completo en este último punto (el de no haberse generalizado el Cristianismo en la región vascónica hasta el siglo X de la autorizadísima del Sr. Amador de los Rios, y más que todo porque el discípulo que admira y respeta al maestro teme ofenderle replicándole, y guarda silencio aunque vea que el maestro se equivoca.”

Página 397

El respeto de que se habla en estos renglones y el convencimiento de mi inferioridad científica y literaria, son la principal razón que tengo para no controvertir con Vd. Sobre la escultura de Miqueldi. Sin embargo, debo decir á Vd. Que aún no tengo por desatinada la sospecha de que aquella escultura es contemporánea de las de la torre de Láriz, cuya antigüedad no pasa del siglo XIV, y que es lástima no hayan sido examinadas ocularmente por Vd., aunque sólo fuese para depurar si hay ó no entre ellas y la de Miqueldi la conexión que yo encuentro. Lo que sostengo firmemente, porque esta no es cuestión de ciencia, sino de evidencia, es que en la escultura de Miqueldi no hay el menor rastro de inscripción, dígale á Vd. Lo que le diga mi buen amigo Délmas, y añado más aún que Otálora se equivocó al decir en 1634 que los había, pues estos caracteres, que de haberlos serían huecos como los de Arquineta, y no de relieve, no pudieron desaparecer en el trascurso de poco más de un siglo que medió entre Otálora y Ozaeta. Y para no volver á ocuparme en esta carta de la escultura de Miqueldi, he de consignar aquí un dato inédito: Otálora dice que aquella escultura pasaba por idolo antiguo: si pasaba por tal en tiempo de Otálora, en tiempos anteriores había pasado por mamarracho ó cosa parecida, como se prueba con el nombre de la localidad donde existe. En el país vasco-francés, y áun en el vaso-español confinante con Francia, se llama Miquelda un pelele, un monigote, un mamarracho, un mónstruo con que en Carnaval se divierte la gente moza, y la terminación di es nota frecuenativo-local, como lo prueba ezcúrdi (robledal), artádi (encinar), urquídi (abedular) y otros. Si antiguamente hubiera pasado por ídolo la piedra de Miqueldi, aquella localidad se llamaría Ceaguidi (según Larramendi, la voz vascongada ceagia corresponde á la latino-castellana ídolo, idolúa vasconizada); pero como pasaba por miquelúa ó mamarracho, se llamó Miqueldi, y vea Vd. Aquí también disculpado el calificativo de mamarracho que por aquí le habiamo dado y parece disonar á Vd. Mucho. Y ya que por incidencia hablo del país vaso-francés, diré a Vd. Que he visto copia de una de las lápidas que usted, siguiendo á Moncaut, llama votivas y creo que son sepulcrales, y los nombres que Moncaut y Vd. Creen de ídoloa son los de los finados á quienes se dedicaron aquellas lápidas.

No sé como Vd, tan benévolo siempre con todos, ha dejado de serlo conmigo al aplicarme el apigrama del gallo. No he de alzársele á Vd por eso; que lo hombres que valen tanto como Vd. Tienen derecho á este proceder de los que valen tan poco como yo; pero yo, pequeño y humilde aprendiz de arqueología, que vivo modestamente en el fondo de una agreste provincia donde no tengo museo ni biblioteca alguna para consultar, ni maestros á quienes pedir un consejo, ¿no he de merecer disculpa ni indulgencia si, por ejemplo, confundo una escultura anterior á la Era cristiana con las de la Edad Media, y las ha de merecer el muy reverendo padre maestro Fr. Enrique Florez, ex-asistente general de las provincias de España, de la orden de San Agustín, é historiador de la España Sagrada, cuando confunde un javalí con un elefante y funda todo su razonamiento en esta confusión?. No me parece que ha sido Vd. Justo al decir que prodigué al maestro Florez “Sarcasmos, invectivas, denuestos, dicterios y acusaciones”. La verdad es, y debo confesarlo porque así lo siento, que en mi artículo, escrito cuando yo daba mis primeros pasos en la arqueología y la controversia, hay algo del apasionado arrebato qué rara vez falta en los principiantes, y se echan de ménos en él la calma y la serenidad que requieren escritos de aquella índole; pero la verdad es también, y siento que Vd. No lo haya consignado así, que no negué al maestro Florez la condición de sábio; que dije admiraba y respetaba como el primero su ciencia, y que culpé al P. Lobian, su corresponsal, del desacierto (reconocido por Vd., puesto que Vd. Conviene en que la escultura de Miqueldi representa un javalí y no un elefante, como dijo el P. Florez) en que en mi concepto hizo incurrir al docto historiador en punto á la escultura de Miqueldi, si bien no me fue posible exculpar del todo al P. Florez de haber ratificado la afirmación de Otálora de representar la escultura un rinocertonte ó elefante, en vez de refutarla en vista del dibujo, en sus contornos exacto, que se le remitió. No lleve usted á mal que un escrito pundonoroso se queje un poco al sentir un alfilerazo en su probidad, pues ni siquiera me ha perdonado Vd. El que en vez de citar la Disertacion del P. Florez por su título, la citase por el calificativo de “Discurso preliminar al tomo XXIV de la España Sagrada” que su autor le dio.

Debo advertir á Vd. Que si mi amigo Délmas llegase á refutar mis apreciaciones del llamado ídolo de Miqueldi, probablemente haré el poco costoso sacrificio de no contradecirle, y diré á Vd. Por qué. Délmas es uno de mis más queridos, antiguos, consecuentes y leales amigos. Hace algunos años emprendimos en la prensa, casi por pasatiempo, una controversia arqueológico-histórcia sobre la torre de Artecalle, en Bilbao…

ANTONIO DE TRUEBA

Bilbao 17 de Agosto de 1871