Antigüedades de España. Toros de Guisando

Eduardo de Mariátegui y Martín

Eduardo de Mariátegui y Martín, (1835-1880) coronel de ingenieros, en su obra Antigüedades de España. Toros de Guisando. El Arte en España, revista mensual del Arte y su Historia. Tomo 4, Madrid, 1866, Imprenta de M. Galiano, páginas 44-48 

En el obispado de Ávila y entre las villas de Cadahalso y de Cebreros, se alza

recostado en una frondosa ladera, á la falda de la sierra de Guadarrama, el exmonasterio de San Jerónimo de Guisando, tercero de su orden, erigido en 1375

por Fray Pedro Fernandez Pecha, con autoridad apostólica y reedificado en la

segunda mitad del siglo XVI. No lejos de él, y á diez pasos del camino de Ávila, del que los separa una pared de piedra seca, se ven los famosos Toros destrozados ya y casi hundidos en una viña que ha desaparecido y perteneció al propio monasterio; campo célebre en nuestra historia por ser en él donde Enrique IV y sus grandes aclamaron y reconocieron como legítima heredera del trono castellano á la augusta Isabel, el lunes 19 de Setiembre de 1468, aposentándose la princesa en la venta de Tablada, que ya no existe, y que estaba situada muy cerca y á la izquierda de los toros.

Fueron estos en un principio cinco, de los cuales se conservan hoy tres de pié, pero tan desfigurados que apenas se puede distinguir si fueron toros, elefantes u otros cuadrúpedos; son de piedra berroqueña y de una sola pieza con la losa ó plinto que los sostiene, sirviéndoles de peana, y que sólo conservan dos á la vista; están cuatro puestos en línea mirando á Poniente, y detrás del tercero parecen distinguirse los restos del quinto, que ya destrozado en el siglo XV y confundido con las muchas piedras de la misma clase en que abunda aquel sitio, ha dado origen á que después muchos escritores, y entre ellos Ceánn Bermúdez, no hayan hecho mención más que de cuatro monstruos. El primero de estos está de pié y le falta la espalda; á 1m 67 de él se ve el segundo, caido en tierra ; rotos los piés y mostrando sólo medio cuerpo; y á 3 m 62 de este y separados entre sí la misma distancia, se hallan el tercero y cuarto de pié , ninguno de ellos tiene cuernos y sólo el primero tiene cola ; sus dimensiones son unos 2 m 7 de longitud , 1 m 6 de altura sobre el zócalo y 0 m 8 de anchura en el lomo; casi es imposible averiguar su forma primitiva, desfigurados ya por las injurias del tiempo y de su remota antigüedad.

El examen detenido de estas masas de piedra tan mal esculpida, aumenta nuestra confusión, pues si bien la pezuña parece que ha estado hendida por su parte media, en ninguna cabeza se halla rastro ni señal de las astas; la forma general de la cabeza y cola del primero nos inclina á creer que en lo antiguo fuéron toros, nombre con que les designa siempre Cervantes y la historia, y con el cual nos conformamos en vista de que no tenemos ningún dato cierto que demuestre lo contrario.

Si hay duda sobre la figura que estas moles de piedra debieron afectar en lo antiguo, no la hay menos sobre el objeto con que fueron construidas: Diego Rodriguez de Amelta  en su Compilación de las batallas campales, obra terminada en 1481, dice así al describir la batalla 22 de su segunda parte: “Que después que Scipion el joven volvió á Roma, y después de su muerte, los españoles se rebelaron contra los romanos, que por esta razón enviaron á Espada un capitán llamado Guisando, que habiendo peleado contra los españoles en tierra de Toledo, y cerca del lugar llamado Cadhalso, y habiéndoles vencido, hizo, para memoria de esta victoria, cuatro estátuas de piedra, á quien en su tiempo daban el nombre de Guisando.” No hay necesidad de detenerse á refutar semejante opinión, pues con advertir que el nombre de Guisando es de inflexión goda, mal podía ser el de un capitán romano.

El bachiller Juan Alonso Franco, célebre anticuario del siglo XVI, ocupándose de este mismo asunto, dice entre otras cosas lo siguiente: “Como uno, por su letrero, se conoce que se dedicó á la victoria de César sobre los hijos de Pompeyo, y el sitio donde fue esta es Andalucía: como el mismo diga que allí donde está es el campo Bastetano; y como exprese que es dedicación dé los Bastetanos otro, y se sepa que este campo y este pueblo fueron en Andalucía, por eso muchos han imaginado que estos toros se hicieron y estuvieron primeramente en dicha provincia, y que después un rey moro, para mostrar su poder, con máquinas y gran copia de gente los metió España dentro, y los colocó donde se hallan, siendo entre otros de este parecer Rasis, en la historia que hizo de Andalucía, y D. Lorenzo de Padilla, curioso arcediano dé Ronda.

Mas Ambrosio de Morales, según se advierte en una nota de su puño, puesta aquí en este libro, dice que los Toros son tan valientes piedras, que es cosa de burla pensar que se movieron tantas leguas como hay desde allí á Andalucía, y más sin motivo alguno; y Antonio de Nebrija afirma que como hubo pueblos Bastetanos en la Bética, los hubo igualmente en la España Citerior, y que de ellos debían hablar estos toros. Además, aunque la principal victoria de César fuese en Andalucía, en Munda, también por Orosio, libro 6.e, capítulo XIV, sabemos que la guerra y el ejército Pompeyano, no se acabaron hasta que Cesonio, legado de Cesar, venció no léjos de Lusitania; y de esto debe hablar el último toro, lo cual no sucedió en Andalucía, sino en la Citerior, no lejos de Lusitania, como es dónde se hallan los toros. Los letreros de estos dicen:

1.° Caecillo-Metello-consuli-H.victori.

2.° Exercitus victor-hostibusfusis.

3.° Longinus-Prisco-Caesonio-f. c.

4.° Lucio Portio-ob provinciam-optime administratam-Bastetani po-puli-f. c.

5.° Bellum Caesaris et patriae mag-na ex parte con-fectum est-s et Gu. magni-

Pompey filis-hic in Baste-tanorum agro-profligatis.”

Pero de estas inscripciones, falsa base de las hipótesis anteriores, sólo se conserva una abierta á cincel en el costado derecho del cuarto toro, tan profunda, que á haber existido, las demás se conservarían en nuestros dias. De ella es copia inexacta la tercera que da en su libró el Br. Franco y que en el original dice así:

LONG. INVS.

PRISCO. CAIA.

ETI :: PATRI. F.

C.

De las demás sólo se sabe que en la celda prioral del monasterio existían en el siglo XVI unas tablas enceradas que decían ser copia de las inscripciones de los toros, pero nadie vió los originales ni hay conformidad del sitio donde estaban grabadas, diciendo unos que lo estaban en el costado derecho, otros en ambos lados, no faltando también quien opine que se veían en el espesor del plinto. La verdad es que semejantes inscripciones no han existido nunca, fundándonos para asegurar esto, no sólo en lo que llevamos expuesto, sino en la opinión del sabio D. Antonio Agustín, arzobispo de Tarragona, que tenia por apócrifas las cuatro inscripciones, calificándolas de fingidas y supuestas por Ciríaco Anconitano; también el crítico P. Sigüenza, voto de mayor excepción en el caso presente, se adelanta á decir: “Que las inscripciones de los toros le parecen no muy auténticas, como otras muchas de que está lleno el mundo, y en España no hay pocas.”

No nos es fácil averiguar el destino que tuvieron estos monumentos en su origen, aún después de haber desechado por faltas de fundamento las opiniones anteriores, y vacilamos entre creerlos construidos en memoria de alguna hecatombe ó sacrificio, ó mejor como piedras de término regional, sobre una de las cuales dedicó Longino á su padre Prisco Calectio la memoria que aún se conserva. En esta última hipótesis su construcción debe ser posterior en algo al año 27 antes de J. C., en que se reformó la división del territorio español bajo el consulado de Augusto. Siendo entonces una misma la división civil y la religiosa que ha llegado hasta nuestros días, tenemos un dato bastante seguro para robustecer nuestra opinión en la coincidencia en estos sitios de los confines de la diócesis de Toledo, Ávila y Segovia, y por el mismo hecho confinaban aquí la Bética, Lusitania y Tarraconense, siendo también este sitio limítrofe

de los Arevacos y Bacceos, Carpentanos y Vettones; y de ello hay una prueba en una piedra que estaba á menos de seis leguas al Norte de los toros y en el puerto de la Palomera, en la cual había según Masdeu la inscripción que entre las suyas lleva el número 813, y dice:

Hic est Tarraco et non Lusitania

Hic est Lusitania et non Tarraco.

En Coca, Villatoro, Ciudad-Bodrigo, Ledesma, Salamanca y en varios otros puntos de la Península existen más de trescientos monumentos de esta especie, representando elefantes, toros y jabalíes. En Segovia se ve un toro y dos jabalíes de piedra casi informes y muy gastados por su gran antigüedad. En Ávila hay once entre osos, toros y jabalíes, destrozados, por haberlos gastado el tiempo y por la incuria en conservarlos; en uno de los más pequeños, se lee la siguiente memoria:

BVRR.

MAOLONIS.

F.

Y por último, en Durango existe otro monumento llamado en el país Miqueldico, sin inscripción ni letra alguna, pero sí con un disco entre los piés.

Todas estas obras son romanas y no cartaginesas, como algunos creen, pues en ninguna de ellas se descubren caracteres púnicos, y sí por el contrario en muchas se ven inscripciones romanas.

E. DE MARIÁTEGUI