Miqueldico Idorua

Antonio Trueba Quintana

Antonio Trueba Quintana. Miqueldico Idorua. El Museo Universal, nº 49, 4 de diciembre de 1864, páginas 387-388 

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Allá por los años 1560 un docto caballero que había nacido y residía en la villa de Mondragon, distante tres leguas de la de Durango, se dedicaba al estudio de las antigüedades vascongadas, á fin de escribir una historia, é hizo objeto de sus estudios las del Duranguesado, cuyos valles y montañas recorrió, reconociendo peñascales, templos, fortalezas, ruinas, lápidas y sepulcros, entre estos últimos, los que existen en la loma de Arguineta, cerca de la villa de Elorrio situada á dos leguas de Durango. Aquel caballero se llamaba Estéban de Garibay y Zamalloa y el libro que resultó de sus estudios se titula Compendio historial de España. Pues aquel curioso y sabio arqueólogo, que todo lo examinaba, que en todo fijaba su atención, que no desdeñaba la tradicion popular, ni aun las habillas del vulgo para someterlas al crisol de su docto criterio, no encontró en el Duranguesado piedra alguna que pasase por idolo, y lo mismo sucedió á otros que antes y depues que él escribieron de las cosas de Vizcaya, no sin haber recorrido toda esta tierra y examinado todas su antigüedades y curiosidades.

Pasaron años y años, y por los de 1634 otro caballero llamado don Gonzalo de Otálora y Guisasa, natural de Durgano, pero residente en Sevilla quizá desde su infancia, escribió é imprimió en aquella ciudad un opusculillo titulado Macrología del asiento de la noble meridad de Durango, en el cual incluyó los siguientes renglones:

“Hay (en la merindad de Durango) antigüedades notalbes, y las mas en las lomas y altos. Las mas vistosas son en una ermita de la villa de Durango, llamada Miqueldi, donde se ve una gran piedra así monstruosa en la forma como en el tamaño, cuya hechura es una Abbada ó Reinoceronte, con un globo grandísimo entre los pies y en él tallados caracteres notables y no entendidos, y por remate una espiga dentro de tierra, donde está eminente de mas de dos varas. Está en campo raso (causa de mostrarse deslavado). No se tiene memoria de él, si bien corre por idolo antiguo.

Mas de un siglo despues de escribir esto Otálora, escribía el padre maestro fray Enrique Florez la España sagrada. Este ilustre escritor pertenecia á la órden de San Agustin, y entre los escritores jesuitas y agustinos, existía una rivalidad tan tamentable é indigna de hombres consagrados al servicio de Dios, y a difundir la verdad, que bastaba que los jesuitas dijesen que la nieve era blanca, para que los agustios dijesen que la nieve era negra. El padre Grabriel de Henao y Larramendi, no menos docto que su antagonista. Como prueba de las pequeñeces a que arrastraba al padre Florez este antagonismo, baste decir que el sabio agustino cuando nombraba á la compañía fundada por San Ignacio de Loyola, ponía especial cuidado en decir: “la llamda Compañía de Jesus” y no lisa y llanamente “la Compañía de Jesús” como decían y aun dicen todos.

El padre Florez, que andaba á caza de monumentos para probar que las provincias vascongadas fueron dominadas por los dominadores del resto de la península; el padre Florez, que no encontrando estos monumentos tenia que inventarlos: el padre Florez que se veía negro con el hecho irrecusable de haber conservado estas provincias su antiquísimo idioma, al paso que perdieron el suyo y adoptaron el de los invasores las provincias que se sabe fueron invdidas y dominadas; el padre Florez vió el cielo abierto cuando vió lo que Otálora decía del Reinoceronte ó Abada de Miqueldi y escribió lo que sigue:

“Otro insigne monumetno de antigüedad persevera en Vizcaya en el territorio de Durango, junto á la ermita de San Vicente, cuyo dibujo consegui á fuerza de tenaces y repetidas diligencias por las varias espresiones con que me le ponderaban, y no faltaba dificulta á causa de hallarse en despoblado y lo mas cubierto de tierra. Llámanle Idolo de Miqueldi: y su figura es en esta forma”.

(Aquí da el padre Florez el dibujo que reproducimos en este mismo número, y que más adelante examinaremos.)   

“Tiene dos varas y tercia de largo; en alto, vara y media, de grueso, dos tercias; y todo es una pieza de piedra. Mi principal deseo era por si mantenía letras cuyo carácter, ya que no hubiese cláusulas perceptibles, descubriese el tiempo ó nación que le erigió, si de griegos, romanos ó españoles antiguos, pues don Gonzalo de Otálora en el papel que imprimió en Sevilla, 1664, Micrología geográfica del asiento de la noble merindad de Durango, fólio 6, dice que tenía caracteres notables y no entendidos. Hoy no muestra letras, y solo se conoce la que va figurado, cuyos linamentos son lo mismo que llaman toros en Guisando, Avila y puente de Salamanca, á quienes dieron aquel nombre de cuadrúpedo común los que no conocían la figura de elefante, cuyos perfiles, aunque toscamente formados, ó ya desfigurados, muestran los tales monumentos: y en efecto, el citado Otálora le calificó de Abada o Reinoceronte. El elefante es símbolo de Africa de que usaban los cartagineses que tanto dominaron en España, y para denotar lo que se iban internando, erigían estas piedras con aquella figura. Algunos caminaron hacia el Norte, y llegando hasta Durango, dejaron allí esta memoria. El globo que tiene entre los pies, simboliza el Orbe, y lisonjeándose de señores de todo, pusieron el elefante encima como que Africa dominaba el orbe: y si Chanaan no tuviera sobre si la maldición “de Noé (de que seria siervo de sus hermano), tuvieran sus descendientes los fenicios africanos puerta abierta para entrar á dominar el obre desde que Annibal venció á Roma en la derrota de Cannas.”

“Pero en fin, mencionado este monumento por inédito y raro á causa de la figura del globo ó de la tierra dominada por el elefante, que tiene debajo la figura, solo puede servir, á que donde llegó el africano mejor penetraría el romano que dominó toda España.”

Esto dice el padre Florez en el discurso preliminar al tomo XXIV de la España sagrada. Hanme asegurado que Buchardat cuenta en sus Elementos de historia natural, “que en los alrededores de Durango existe un meteoro metálico, que visitó el baron Humbolt, quien calculó su peso en cuatrocientos quintales.

Muchísimas citas pudiera yo añadir á estas, pues desde el chocho de Otálora (así le llama el juicioso y erudio Ozáeta, que en su Cantabria vindicada refutó luculisimamente al padre Florez) ha dado mucho que hablar y que escribir Miqueldico-idorna: pero bastan y sobran estas para mi propósito, reducido á sostener que la escultura de Miqueldi no es monumento de cargagineses, ni romanos, ni ningún otro pueblo extranjero, y mucho menos monumento religioso.

Concibese que Otálora escribiese lo que escribió, porque su opúsculo prueba que era hombre falto de instrucción y criterio, y hasta de gramática. Habían caido en sus manos unos cuantos libros de todos conocidos, tenia aficion á las cosas de su patria como todos los vascongados, recopiló en cuatro pliegos de papel lo que aquellos libros decían acerca del Duranguesado, y añadió de su cosecha cuatro especies que conservaba medio burradas entre los recuerdos de su niñez. Probablemente desde ésta habría estado ausente de la tierra natal, y hasta su obrilla hace creer que había olvidado la lengua nativa. Yo sé muy bien cuan espuesto está á errar el que escribe de las cosas de su país, lejos de él, y ateniéndose solo á los recuerdos de la infancia, pues he escrito con estas condiciones, y desde que he vuelto a mi país, todos los días tengo necesidad de rectificar ideas y aserciones que asusente de Vizcaya estaba muy lejos de sospechar necesitasen rectificación. Lo que no se concibe, es que el padre Florez, tan sabio y tan lógico cuando no le cegaba la pasión, escribiese lo que escribió con referencia á la escultura de Miqueldi.

Pero volvamos a Otálora. ¿De dónde sacó el hijo de Durango, que la piedra de Miqueldi acorria por idolo antiguo”, porque cuando el rio suena, agua lleva; y cuando á su oído había llegado la palabra idolo, alguno la habría pronunciado? Fue Otálora el primero que pronunció esta palabra con relación á la piedra de Miqueldi, para dar á aquella piedra mayor importancia? A estas preguntas tengo que contestar negativamente, Otálora había, en efecto, oído en su niñez llamar á aquella piedra ídolo ó coasa parecida.

Don Fausto Antonio de Veitia, hijo también de Durango, y fallecido pocos años há, dejó manuscritas noticias muy curiosas de aquellal villa y sus cercanías, y estas noticias han sido ampliadas por don Ramón de Echazarreta, asimismo natural y vecino de Durango, y caballelro muy ilustrado y aficionada á las letras. Haciéndose cargo el señor Veitia de los absurdos del padre Florez, dice:

“Es necesario imponerse en la práctica de lo que sucede en este país, donde es común llamar á todo objeto feo ídolo, porque se tiene esta palabra por demostración ó explicación de la mayor fealdad. Si hoy mismo se pusiera una piedra que representase algún objeto ó figura estraña ó fea, la llamarían ídolo. No solo dan este nombre á semejantes objetos, sino aun á aquellas personas feas, pesadísimas, de tardo espediente en sus acciones.”

Aquí tenemos ya escplicado el por qué la palabra ídolo había sonado en los oídos de Otálora; pero por si esta explicación no bastase, allá va otra que acabará de satisfacer  á los mas descontentadizos. “Si Otálora no hubiese olvidado el vascuence en Sevilla,          

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Dice Ozáeta, podía conocer por la etimologia misma (que siempre define la coasa, como dijo un poeta: converniunt rebus nomina sæpe suis) que la voz primitiva de estas piedra no fue la de idclua, sino la de idorva, esto es, cosa encontrada. Corrompióse el nombre con la mudanza de la r en l y por decir Miqueldico-idorua (Cosa hallada en Miqueldi), se dijo Miqueldico-idolua (Ídolo de Miqueldi). Esta equivocación se le imprimia en los cuentos de la niñez.”

Y no vaya á creerse que Ozáeta inventa arbitrariamente, porque conviniese á sus fines, la palabra idorua, con la significación de cosa encontrada: Ozáeta escribía en 1779 y cuarenta años antes había dado á aquella palabra la misma significación el sabio Larramendi en su Diccionario trilingüe, y yo mismo la estoy oyendo pronunciar todos los días en idéntica acepción en nuestras villas y aldeas. Queda, pues, demostrado que Otálora oyó campanas sin saber dónde. Si merece disculpa este error del cándido micrologista de la merindad de Durango, no así otros errores en que incurrió, tales como estos: 1º, que la piedra tenía hechura de Abbada ó Reinoceronte; 2º, que era un globo lo que tenia entre los pies; 3º, que en este globo estaban tallados caracteres notalbes; y 4º, que tenia por remate una espiga dentro de tierra.

En 10 de abril de presente año (1864), pasamos á Durango don Juan Delmas y yo con objeto de examinar las antigüedades de aquella villa y sus cercanías. El señor Delmas, que es muy aficionado á la arqueología y muy inteligente en cuanto tiene relación con la arquitectura, la escultura y la pintura, se ocupaba á la sazón y aun se ocupa en escribir una Guuia histórico-descriptiva del señorío de Vizcaya, y yo iba con objeo de continuar mis estudios de las antigüedades de Vizcaya, que tengo el deber de conocer y descibir (1). El acareado idolo de Miqueldi, que ni uno ni otro habíamos visto aun, era lo que mas escitaba nuestra curiosidad. Antes de entrar en la villa, tomamos una estrada que por la izquierda tira hacia el rio, y á cuyo término veíamos una ermita (que en lo antiguo fue iglesia juradera) y una ferrería ó martinete. Nos hacíamos ojos buscnado la famosa piedra, cuando á vente pasos antes de llegar á la ermita de San Vicente de Miqueldi, á la derecha del camino y entre los arbustos y zarzas que forman el seto de una heredad, nos pareció descubrir una gran piedra arenisca, casi del todo enterrada y empezada á rozar por las ruedas de los carros. Sospechando que aquel fuese el insigne manomento, cuyos descubrimientos tan tenaces y repetidas diligencias, por hallarse en despoblado, costó al padre Florez, empezamos á despejarle de tierra y broza, y en efecto, le descubrimos lo bastante para convencernos de que habíamos dado con lo que buscábamos; pero como carecíamos de medios para desenterrar por completo la piedra, aplazamos para la mañana siguiente aquella operación.

(Se continuará.)

Antonio de Trueba 

  1. El autor de este artículo es Archivero y cronista de Vizcaya