Miqueldico Idorua (Continuación)

Antonio Trueba Quintana

Antonio Trueba Quintana. Miqueldico Idorua. El Museo Universal, nº 51, Madrid, 18 de diciembre de 1864, páginas 402-403

MIQUELDICO-IDORUA

(Continuación)

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Es muy posible que los viajeros que pasen por Durango se retraigan de ir à visitar al insigne Miqueldico-idorica por no afrontar los peligros y dificultades del despoblado de que habla el padre Florez. Para evitar que así suceda, conviene advertir que no hay semejante despoblado, pues Miqueldi está à cortísima distancia 

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de la villa, rodeada de huertas, heredades y caseríos, y conduce à él un camino carretil, despejado y llano. Según dice Ozaeta, el sabio y reverendo agustino, debía ser un poco ancho de manga en lo tocante al octavo mandamiento, pues lejos de conseguir à fuerza de tenaces y repetidas diligencias el dibujo del idolo, le consiguió sin mas que escribir una carta al padre maestro Laviano, prior del convento de agustino de Durango, quien le envió el dibjo sin mas coste ni dificultad que dar un paseíto à Miqueldi y sacarle.

El alcalde de Durango, don Gervasio de Jáuregui, una de las personas mas distinguidas de aquellal villa, se apresuró à proporcionarnos medios de desenterrar y reconocer la piedra de Miqueldi, y la mañana siguiente nos dedicamos à esta operación en presencia del mismo señor Jáuregui, del ilustrado y modesto don Ramon de Echazarreta y otras personas, y en pocos minutos la piedra quedó completamente descubierta.

La figura, que estaba tendida de lado, con el lomo pegando à la rodada de los carros, fue colocada de pie, y entonces nos dedicamos à su minucioso examen. Las medidas que le da el padre Florez son casi exactas, pero en cuanto al dibujo, que el mismo escritor publicó y yo reproduzco por medio de un calco sacado con toda exactitud, hay bastante que hablar. En dicho dibujo el cuadrúpedo aparece con cola y uñas, y el original desde que el padre Laviano sacó el dibujo, pero uñas no ha tenido nunca, porque aunque se hubiese roto, la canal de los dedos se conservaría, y solo se conserva en el libro del padre Florez. Por lo visto, el dibujante ó el escritor se tomaron la libertad de corregir la plana al escultor. ¿Por qué? ¿Acaso porque al padre Florez le convenia que el mazacote fuera elefante y los elefantes tienen uñas? No tengo nada de suspicaz, pero se nota en todo el dibujo, y singularmente en las patas, un afán por elefantizar el cuadrúpedo que legitima la sospecha. El padre Laviano había escrito una historia de los milagros del Santo Cristo de Burgos. ¡Lastima que así como sabia historiar milagros no hubiese sabido hacerlos, porque en tal caso si que hubiera convertido el jabalí en elefante¡ Y digo el jabalí, porque la tal escultura, si con algún animal tiene semejanza, es con el jabalí ó el cerdo indígena de nuestras montañas.

Don Gonzalo de Otálora no supo lo que se dijo al decir que aquel cuadrúpedo tenia figura de rinoceronte, porque si se hubiese tomado la molestia de leer lo que los naturalistas dicen del rinoceronte, hubiera leído que es de unos diaz pies de altura sobre doce de largo, tiene las piernas recias, cortas y terminadas en pies anchos y armados de tres pezuñas, su cabeza es estrecha, su hocico puntiagudo, y su labio superior movedizo y capaz de alargarse, y tiene sobre el hocico uno ó dos cuernos cortos y encorvados. ¿Corresponde la escultura de Miqueldi à esta descripción? No. ¿Y dónde está el globo grandísimo que Otálora dice tiene entre los pies? No tiene semejante globo: lo que tiene es un dico ó circulo idéntico à las piedras de afilar. ¿Y dónde los caracteres notables entallados en el globo? Solo en la imaginación de Otálora, pues ni en el disco, ni en la figura hay caracteres algunos ni señales de que las haya habido. ¿Y donde la espiga? También la imaginación del autor de la Micrologia.

La ignorancia puede servir de alguna disculpa à Otálora: pero no así al padre Florez, que no pecaba por ignorante. El padre Florez sabia muy bien que los naturalistas describen en estos términos el elefante: la cabeza pequeña, los ojos chicos, las orejas muy grandes y algo colgadas, el labio de arriba en forma de trompa, que extiende y recoge à su arbitrio y le sirve como de mano, y los colmillos en forma de cuernos muy grandes y macizos, que es lo que se llama marfil. ¿Cómo, pues, tuvo la audacia el padre Florez de decir que la figura de Miqueldi era figura de elefante, si entre éste y aquella no hay la menor semejanza? El elefante es ya tan conocido en España, que apenas hay persona que no le haya visto. Suplico à los viajeros que pasen por Durango, que vayan à ver à Miqueldico-idorúa, y apuesto la cabeza à que no hay siquiera una que con sinceridad diga que aquel mamarracho tiene figura de elefante. Lo que dirán todos, es que tiene figura de jabalí. ¿Pero por que el padre Florez tuvo empeño en que fuera elefante y no jabalí, ó cuando menos rinoceronte? Porque ni el jabalí ni el rinoceronte le servían para su, no ya hipótesis, sino magistral afirmación, de que los cargagineses se plantaron en Durango y dijeron: “Ahí queda eso.”

Las conquistas que los cargagineses hicieron por tierra en España, no pasaron de Salamanca y Aragon, según refieren Plutarco y Polibio, y por mar, según Mariana, no se acercaron à estas costas; pero no es esto todo lo que se puede objetar à la arbitraria y arrogante suposición del padre Florez, que supone tambien, con no menor seguridad, que son monumentos de cartagineses, y la que es mas, que son figuras de elefantes las que hay en Guisando, Ávila, puente de Salamanca y otras partes. Don Aureliano Fernández Guerra (y no se dirá que atestiguo con muertos), cuya autoridad en cuestiones arqueológicas es para mi tan respetable como la del docto agustino, porque à su ciencia reúne la buena cualidad que faltaba al padre Florez de no dejarse cegar por la pasión de banderia, opina que los que el autor de la España sagrada califica de monumentos cartagineses, son romano. Fúndase el señor Guerra, entre otras razones, en la muy poderosa de que en ninguno de los 300 monumentos de esta clase, que hasta no há mucho se contaban en la península, se ha encontrado inscripción alguna púnica y si solo latinas. Estos monumentos, en concepto del señor Guerra, fueron en su origen piedras terminales de regiones ó provincias, y después se fueron aprovechando para consignar en ellos memorias de personas amadas, muertas ó vivas.

El  padre Florez, afirmó con pasmosa seguridad, que acostumbrando los cartagineses à dejar la figura del elefante en los sitios que iban consquistando, al llegar à Durango no se contentaron con dejar el elegante, sino que lo colocaron debajo un globo para dotar que el Africa conquistaría el orbe. ¡Es mucha casualidad, que à pesar de haber andado casi por toda España plantando elefantitos, no les ocurrió à los tales cartagineses hasta que llegaron à Durango la linda alegoria de la rueda ó bola entre las patas del elefante¡ Sin duda el padre Florez debió pensar que escribía para gentes que comulgaban con ruedas de molino, y tragaban bolas como la que quiso embocarles à propósito del mamarracho de Miqueldi. Cuesta trabajo creer que fuese el sabio agustino quien escribió las líneas en cuya refutación me ocupa. En efecto, ¿cómo concebir que el padre Florez creyese que el rinoceronte y el elefante son un mismo animal? No se me diga que el padre Florez no creyó tal cosa, pues bien claro lo indican sus palabras después de sostener que el mazacote de Miqueldi representa un elefante, añade: “y en efecto, el citado Otálora le calificó de Abbada ó Reynoceronte” ¿No indica sin género de duda este modo de espresarse que para el padre Florez rinoceronte y elefante eran sinónimos?           

Pase que Otálora dijese que el quadrúpedo tenia entre los pies un globo grandísimo, porque probablemente no sabría distinguir entre el disco que es la superfiei plena comprendida dentro de una circunsferencia y el globo que es una bola o cuerpo esférico comprendido bajo una sola superficie; pero no puede pasar que lo dijese el padre maestro Florez, porque éste sabia muy bien que el disco y el globo son figuras geométricas muy diferentes. 

El padre Florez tuvo una razón muy poderosa para suponer que el elefante y el rinoceronte son sinónimos, y sinónimos son también el globo y el disco: y la razón que tuvo es que sin estas sinonimias tenia que echarse à caza de otra hipótesis, porque era imposible la de que los cartagineses llegaron á Durango, y plantaron allí el elefante que representa á Africa y le pusieron á los pies un globo para significar que dominaba el orbe. Pero aunque el padre Florez hubiese poseido el arte de Birlibirloque, y por medio de el hubiese convertido el jabalí en elefante y el disco en globo, todavía le quedaba por vencer otra dificultad, y no floja, para que su hipótesis no fuese trabajo perido. Encajemos aquí un trocito de historia, ya que no tenemos á mano cualquier chiquillo de la escuela á quien mandar que lo relate.

La teoría de la esferoicidad de la tierra es ciertamente tan antigua como las conquistas de los cartagineses que como es sabido precedieron dos o tres siglos á la era cristiana. Hace cosa de dos mil años un discípulo de Platón, llamado Eudoxio, sostenía que la tierra era un gran globo, pero sus contemporáneos que fluctuaban entre si tenia la forma plan ó la forma cilíndrica, no le dieron mucho crédito. Los romanos que eran muy positivistas y creían que era calentarse la cabeza en vano la averiguacion de si la tierra era redonda o cuadrada, se rieron de estas teorías de los sabios y les hicieron poquísimo caso teniéndolas por sueños como en nuestros tiempos se rie el vulgo de los que disputan sobre si hay o no habitantes en la luna. Así la idea de la esferoicidad de la tierra lejos de vulgarizarse, quedó oculta en los libros de los sabios que muy pocos leían. A la incredubilidad romana sucedió el rigorismo del dogma cristiano que tomando al pie de la letra ciertas palabras de la Biblia, veía en estas palabras un sistema contrario al de Eudoxio y sus adeptos. San Agustín que floreció en Cartago en el siglo V de la era cristiana, escribió acerca de la forma de la tierra. En el siglo VII un monge griego llamado Kosmos, emprendió largos viajes é hizo una cosmografía dando á la tierra la forma de una cofa de buque que antiguamente era redonda y no semi-oval como ahora. En los siglos siguientes, la idea griega aparecía de cuando en cuando, pero nadie se atrevía á proclamarla mas que en voz baja, y á fines del siglo XV, Galileo sufrió siete años de cautiverio por proclamarla en voz alta. Vinieron por fin los descubrimientos de Colon y la atrevida navegación de Magallanes y su compañero y sucesor el vascongado Elcano que fue el primer navegante que dio la vuelta al mundo, y el emperador Carlos V puso en el escudo de Elcano un globo con el lema Primus circum dedi, y desde entonces el globo fue la representación de la tierra. En resumen: hasta diez y seis siglos después de las conquistas de los cartagineses en España, no se convino en que la tierra era esférica y por consiguiente no se adoptó la esfera ó globo para presentarla.

Después de este trozo de historiageográfico-escolar…de primeras letras, ¿para qué diablos he de perder tiempo en combatir la hipótesis del padre Florez?

Pero del fondo de mi conciencia se levanta una voz en favor del padre Florez, y no debo ahogarla porque soy el primero en reconocer y respetar la vasta erudición del isigne agustino á quien tanto debe la ciencia histórica española. Esta vez me dice que el padre Laviano y no el padre Florez es el autor de los absurdos que combato. El autor de la España sagrada, que tuvo necesidad de valerse de sus amigos para la redacción de su gran obra porque las fuerzas de un hombre solo, aunque sean tan grandes como las del padre Florez, no bastan para levantar tan colosal monumento; el padre Florez, no bastan para levantar tan colosal monumento; el padre Florez, repito, pidió al padre Laviano informes acerca de la escutura citada por Otálora é incluyo en su discurso el informe del agustino durangués con tanto mas motivo, cuenta que contrariaba las opiniones sostenidas por olos jesuitas Henao y Larramendi. Dése el valor que se quiera á esta presunción mia, cumplo con un deber de conciencia entregándola al público y añadiendo que mas bien que presunción debiera llamarla convicción.

El lector me dirá: estamos conformes en que es absurdo lo que Otálora y sobre todo el padre Florez escribieron de la escultura de Miqueldi; pero la obra de usted queda incompleta sino nos dice de dónde vino ó qué objeto tuvo aquella escultura si en efecto es tal escultura y no obra de la naturaleza á lo que á veces la asualidad hace afectar las formas del arte.

No, no es obra de la naturaleza el simulacro de Miqueldi: en aquella figura intervino el arte y tal que el de un simple cantero no conseguiría dar á la figura los lineamentos y contornos que tiene á pesar de que todo hace creer que el artista no dio la última mano á su obra.

Sabido es, porque lo atestiguan muchos monumentos, que en la edad media se adornaban los edificios mas suntuosos con esculturas, algunas extravagantisimas, que representaban animales, escenas puramente fantásticas ó alegóricas y pasajes de la historia sagrada y profana. En los terribles incendios que redujeron casi completamente á cenizas la villa de Durango en los años 1554 a 1672, desaparecieron edificios muy notalbes en los que, si existiesen aun, lamarían la atención del viajero las caprichosas esculturas á que aludo, pues se ven en el día en una de las pocas casas que no desaparecieron á los rigores del fuego y las inundaciones que también han asolado mas de una vez á la noble villa de Durango.

Esta casa es la torre solarieg del linaje de Láriz situada cerca de la puerta de Santa Ana en el estremo de Barrencalle, y habilitada en estos últimos años para cárcel del partido judicial. Sus muros exteriores y particularmente los del Norte que eran medianeros de otra gran casa solariego que fue consumida por las llamas, muestran aun las señales del fuego. En la fachada principal de esta torre ó sea lal que da á la calle, se ve, a la altura del segundo piso, una hilera de doce tizones de piedra areniza que sobresalen notablemente del muro y se componen de enormes sillares que representan: uno de ellos una mujer con el pecho descubierto y la caballera tendida, otro un rey con cetro en la mano y vasallos á los pies, otro un bosque, otro un toro al que sujeta de la cuerno un brazo, y los restantes objetos ó escenas no menos inexplicables y estrañas. Hay quien cree que estas esculturas son un zodiaco: pero yo no me atrevo á asegurarlo, porque si bien algunas de ellas favorecen aquella opinión otras la contradicen.

La piedra en que están ejecutadas estas esculturas es areniza é indudablemente estraida de las canteras de Galindo situadas en la falda del monte á cuyo pie tiene asiento la ante-iglesia de Yúrreta, y de estas canteras procede toda ó casi toda la piedra areniza con que están construidos los edificios de Durango, pues la de la opuesta banda, que es la meridional, es toda caliza. Miqueldi está casi al pie de las canteras de Galindo, si bien se halla por medio el rio de baja de Abadiano, y la escultura tan controvertida es también de piedra de aquellas canteras. Aunque la tal escultura no está desbastada y pulimentada como las de la torre de Láriz, su tamaño (60 arrobas de peso le da el señor Veitia, pero yo creo que tiene mas), su tamaño no es mucho mayor que el de estas últimas.

Ahora bien: ¿no es hipótesis tan admisible que vale poco menos que la evidencia de la que bajadas al llano de Miqueldi las piedras que habían de servir para decorar la torre de Láriz u otras, se esculpieron allí y desde allí se condjujeron las esculturas á los edificios á que se destinaban y una de estas piedras á medio labrar quedó abandonada en Miqueldi porque al escultor no le salió bien su trabajo, porque sobró, porque lo que representaba no agradó al dueño ó maestro del edificio ó por cualquiera otra causa?

Hoy mismo vemos que donde se labran piedras ó maderas para edificar, queda alguna pieza sobrante ó inútil y allí permanece años y años hasta que se pudre si es madera ó se esconde entre la tierra si es piedra. La piedra que quedó abandonada en Miqueldi sufrió esta última suerte y andando el tiempo fue idorúa para los que la encontraron y mas tarde idolo para el chocho de Otálora y después monumento insigne de cargagineses para el apasionado padre Florez y por último meteoro metálico para Humbolt ó Buchardat.

Dígaseme ahora con sinceridad cuál hipótesis es mas plausible, cuál mas razonable, cuál mas lógica, cuál mas admisible, la del muy reverendo padrenaestro fray Enrique Florez ó la del humilde autor de este artículo.

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Así el señor Delmas como ya convinimos sin disputa alguna en que la escultura de Miqueldi, prescindiendo de que tuviese ó no el origen y la significación que le habían atribuido Otálora y Florez, era ya un objeto curioso y digno de ser conservado por el solo hecho de haber servido de tema por espacio de mas de dos siglos á tantas suposiciones y controversias, y el señor Jáuregui, con la sensatez que le caracteriza, se adhirió á nuestra opinión que tampoco recusó el señor Echazárreta, porque decíamos todos. “Vizcaya giene interés en la conservación de este monumento donde pueda verle y examinarle todo el que quiera, tanto mas, cuanto que nada dice en desdoro de nuestra historia religiosa y civil. Si le ocultásemos ó destruyésemos, podría sospecharse con razón que le habíamos hecho desaparecer porque nos deshoraba.”

Pensando así el digno alcalde de Durango, determinó estraer la escultura del sitio donde estaba y colocarla de pie y resguardada con un enverjadito en el campo contiguo á la ermita encargando á la familia que cuida de ésta y que tiene allí su habitacion, cuidase también de aquella curiosidad. Yo por mi parte me comprometí á escribir un artículo parecido á éste y á regalar su edicion, en forma de librito, á la ermitaña para que por una pequeña cantidad le espendiese á los curiosos que fuesen á examinar el supuesto ídolo y tuviese alguna recompensa su esmero en cuidar de la conservación de la escultura.

Después de reconocer otras antigüeddes tan curiosas como las mómias de Sancho Estiguiz y su mujer doña Toda que segun la tradición yacen desde el siglo IX en un sepulcro de San Pedro de Tavira, regresamos á Bilbao seguros de que al volver pocos días después para examinar las antigüedades de Abadiano que las tiene muy notables, encontraríamos ya á Miqueldico-idorúa instalado en su nueva habitación, y nos hallamos al día siguiente con una carta en que el señor Jáuregui nos daba una noticia tan inesperada como desagradabel. La proprietaria de la heredad en que estaba la escultura de Miqueldi había lleva muy á mla que se descubries la piedra, exigía que se la volviese á enterrar en el mismo sitio y se lamentaba de no haberla hecho pedazos suponiendo que era un padro de ignominia para la villa de Durango. Este singular proceder y este absurdo modo de pensar, eran hijos de un patriotismo malísimamente entendido; aquella mal aconsejada señora creía que el señor Delmas y yo íbamos á sostener como el padre Florez que los cartaginese habían ido á Durango a erigir templos á la idolatria. Tanto el señor Delmas como yo perdonamos la ofensa que sin conocernos se nos hacia y yo me apresuré a poner en conocimiento de la Diputación general del Señorío lo que ocurría, á fin de que participandolo al gobierno civil, éste facultase al alcalde de Durango para que mientras se reunía la comisión de monumentos artísticos y calificaba la importancia del de Miqueldi, impidiese á todo trance la destrucción ó deterioro de aquella curiosidad arqueológica. El alcalde de Durango recibió y cumplimentó esta orden; pero como á la comisión de monumentos no se la ve ni oye en Vizcaya como por desgracia sucede en casi todas las provincias de España, Miqueldico-idorúa sigue acostado y enterrado en su fosa y allí permanecerá hasta que algún carro, movido no ya por un patriotismo mal entendido como el de Otálora y el de la dueña de la heredad de Miqueldi, sino por un par de bueyes que para el caso viene á ser lo mismo, le plante una rueda encima y le haga pedazos.

Era mi idea sacar una vista fotográfica de Miquldico-idorúa para publicarla con este artículo y en esta idea andaba también el inteligente director de El Museo Universal, pero por ahor tengo que renunciar á ella; pues si la dueña de la heredad le enterró porque le vimos ¡que no haría si le retratásemos¡

ANTONIO DE TRUEBA